Judith Sierra

La resistencia de lo personal

Golpéate el corazón. Así de contundente bautizó Amélie Nothomb —una de las autoras en lengua francesa más populares que vivió gran parte de su vida entre China y Japón— a una de sus últimas novelas. Desgarradora, directa, con una gran carga psicológica y la superación de Diane, su protagonista, como eje principal. Una joven luchadora —que debe hacer frente a una vida personal cruda, marcada por los celos, la envidia y la ausencia de una figura materna— encuentra en su carrera profesional el bálsamo perfecto, la construcción de una identidad negada desde su nacimiento.

Confiesa Diane a uno de sus referentes a lo largo de la historia que la elección por especializarse en cardiología no es casual, aunque tampoco la explicación puede ser entendida por todos, pues ni más ni menos que el escritor francés Alfred de Musset fue el impulso para toda una vida dedicada al estudio de este órgano vital. Lo cuenta Diane a su mentora —y al lector—, aquel verso del romántico Musset marcó el resto de sus decisiones y, de forma irremediable, su vida: «Golpéate el corazón, ahí es donde reside el genio».

¿Y qué refleja el corazón si no es la pasión por la vida? No hay arrepentimiento en aquello que forma parte de ese particular —muy explorado y a veces poco conocido— mundo interior, de ese algo conectado con otro algo superior. No hay arrepentimiento en lo que se hace golpeándose el corazón. Desde luego, Diane estaría de acuerdo con esto. También todos aquellos que luchan por lo que les apasiona: lo persiguen, lo trabajan, a veces lo anhelan, unos lo pierden, otros nunca llegan a descubrirlo. Siempre en el centro de las cosas: la pasión.

No hay quien pueda negar que cuando a alguien le apasiona lo que hace se desprende sentimiento por los cuatro costados y, como tocado por una varita mágica, todo aquello que lleva su nombre se contagia de este aura. Ocurre cuando uno pasea por las calles de una ciudad como Madrid —donde el ruido a veces distorsiona la pasión—, que se topa con lugares con tanta magia que no puede desear otra cosa más que conocer su historia.

La Librería del Prado es uno de esos lugares. En el número 5 de la calle que le da su nombre, se encuentra un local que desde los años 50 alberga historias en forma de libros. La propia, la del padre de María José y José Manuel, el señor Blas, se comenzó a escribir en 1980, cuando se puso al frente de uno de los referentes del libro antiguo y de coleccionismo en la capital. No se sabe muy bien, cuenta María José Blas, dónde se dibujan los límites de su vida personal y su vida profesional, que es la librería familiar: «Es un trabajo que te encanta. Lo bueno o malo es que no sabes diferenciar dónde está el trabajo y dónde está tu vida».

Su andadura en el negocio, que hasta hace siete años dirigía su padre, comenzó de la forma más casual, como suelen empezar las mejores cosas. María José, que estudió hasta cuarto de Informática en la universidad, se tomó un año sabático en el que se dedicó —mamo a mano con su padre y su hermano— a conocer el funcionamiento de aquel lugar lleno de libros, donde viejos conocidos de la literatura, la televisión, la pintura y la música acudían a charlar y buscar obras antiguas, especiales e incluso ya agotadas. En definitiva, la parada obligatoria para todo amante de la lectura: «Si a ti te gustan los libros, acabas llegando a este tipo de librerías».

Su vida siempre han sido los libros, cuenta María José, que recuerda con cariño y cierta nostalgia cuando sus abuelos la llevaban a ella y a su hermano a la Feria del Libro, en el Paseo de Recoletos, para ver a sus padres que, como libreros, montaban su propia caseta. Una vida que ha girado siempre en torno al libro.

Algo parecido cuenta Miguel Miranda —dueño de la librería Miguel Miranda, que finalmente se asentó en la calle Lope de Vega número 19—, para el que su librería es una extensión de su casa. Miguel es la tercera generación de libreros en su familia, que desde 1949 dedica su vida a los libros: «Recuerdo la librería de mi abuelo, que estaba en esta misma calle. Recuerdo que era una cosa alucinante: paredes altas llenas de libros, un doble piso, un sótano misterioso al que bajé una o dos veces en la vida. Hasta en el baño había repisas con libros».

Como un verdadero devorador de libros recuerda Miguel a su abuelo, que conocía muy bien las obras de referencia y sus autores. Un día decidió abrir la que sería la primera librería de la familia Miranda cerca del Ateneo con sus propios libros. Cuenta de él que le apasionaba hablar de libros y acababa en un bar cercano tomando «chatos» con los clientes que le visitaban.

A pesar de su familiar tradición librera, Miguel confiesa ser más cinéfilo y reconoce ser un poco ajeno a cómo se pueda ver desde fuera su librería: «Es difícil decir lo que significa […] Reconozco que conseguir tener una librería así, en un sitio tan emblemático, en frente de la tumba de Cervantes, con estos libros y este aspecto pues es un logro. Es tu sitio, tu lugar, e intentas sacarlo adelante como buenamente puedes. Tampoco soy un loco de los libros, pero los libros son los que me han permitido tener una profesión».

La misma profesión por la que decidió apostar en 2016 Soledad Garnero al abrir su Forja de las Letras en la calle Cervantes número 10. Soledad llegó a Madrid desde su Argentina natal y comenzó en la Feria del Libro de Alcalá de Henares su relación profesional con los libros. El consulado argentino necesitaba a una persona conocedora de literatura argentina en su caseta y ella no lo dudó. Allí conoció al que sería su jefe más adelante, primero en el almacén que tenía como distribuidor y, más tarde, como encargada de su librería.

Tras años de trabajo rodeada de esas historias que con tanto mimo trata, decidió lanzarse y abrir su propia librería. A pesar del complicado momento en el que decidió dar el paso —recuerda cómo todo el mundo le decía que estaba loca por querer abrir una librería—, no dejó que nada le impidiera cumplir su sueño.

Emprendió la aventura y decidió que el nombre de su nuevo negocio fuera muy personal: «A mi me gusta mucho Arturo Barea, que escribió la trilogía La forja de un rebelde, que me encantó. También dije: “Estamos forjando algo, haciendo algo de la nada”. Tiene dos connotaciones: el escritor y mi proyecto […] De las letras porque estamos en el Barrio de las Letras, había que nombrarlo».

Vidas y negocios que giran en torno al libro y que ven cómo poco a poco muchos de sus vecinos libreros echan el cierre por las dificultades que supone mantener a flote la venta del libro físico —alrededor de 4.000 puntos de venta, según el Observatorio de la Librería—. A pesar de que los datos del último Barómetro de Lectura arrojen cifras algo esperanzadoras —los amantes de los libros en España se sitúan este último año en casi el 70% de la población—, desde la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL) señalan que la situación está bastante estancada.

Las dificultades propias de un pequeño negocio se suman ahora al aumento de la competencia y a los estorbos que ocasiona la digitalización para muchos de ellos. María Jesús y Miguel, más enfocados en la venta del libro antiguo, ven cómo el intrusismo de gente no profesional en la venta de segunda mano online merma su tarea: la de rastrear, establecer la tasación más justa al libro, completar colecciones y, por supuesto, ofrecer los ejemplares que sus clientes desean. «Aquí no hay proveedor como tal. Como librero te buscas la vida […] Hay veces que revientan los precios tanto a la alta como a la baja. Como con las fake news, pues lo mismo ocurriría con los libros, los fake books o falsos precios de libros. Tenemos mucha competencia en todo, en cuanto a precios, en cuanto a stock…pero ahí seguimos», explica María José.

La competencia no solo supone un mayor abanico de libros a disposición del cliente que los busca en internet, sino que también deben competir con la digitalización del libro antiguo, que en un alto porcentaje de los casos puede encontrarse buscando en la red. Esto, sumado a la rebaja desmesurada de los precios de los libros de segunda mano expuestos en las plataformas online, genera lo que Miguel considera un deterioro del oficio: «Hay precios que no contribuyen precisamente a dignificar esta profesión. Internet es un arma de doble filo. Mi padre decía una cosa que tenía bastante razón: es como despelotarse». Ese arma de doble filo también, reconocen los libreros, aporta ciertos beneficios. Supone una forma rápida de dar a conocer la librería al público y, lo más importante, asegurar ingresos diarios gracias a los pedidos.

Unos ingresos que, en muchos casos, generan un gran alivio. Tras tiempo intentando resistirse a la puesta online del fondo de su librería, Soledad confiesa que contempla la venta online y que está trabajando en ello: «Si quiero estar en la calle, con un local abierto a la calle, tengo que estar presente online, es inevitable. Si lo podía evitar, mejor, pero tampoco hay que ser ciego, las nuevas tecnologías están y hay que utilizarlas como herramientas, no puedes luchar contra de ellas. El progreso va a seguir, hay que apoyarlo, pero tampoco que te absorba, que nos anule como personas».

Pero, como dice Soledad, no solo se trata de vender libros. Si a algo ha atacado las nuevas tecnologías es al trato personal de comercios como estos, cuya tradición ha asentado siempre sus pilares más solidos en la venta personal al público, el trato físico con el libro antes de la compra o las cariñosas recomendaciones de los dueños a sus clientes para que disfruten de una determinada lectura. María José destaca la frialdad a la que está llevando el uso mayoritario de la tecnología y, por su parte, Miguel nota que ahora su librería «se ha transformado en una oficina. Antes era más personal, pero ahora internet te pide que estés más pendiente actualizando, respondiendo consultas, etc».

Si algo les une de verdad con su rincón de letras es la magia que dicen experimentar en momentos inesperados. Soledad lo comprobó al poco tiempo de poner en marcha su Forja: «Yo no sabía que me iba a convertir en un pequeño centro cultural del barrio. Aquí vienen los vecinos a traerme propuestas, es muy bonito. Hemos hecho de todo: microteatro, grabación de vídeos, perfomances, conciertos de música… […] También hacemos reuniones de poetas, tenemos un Club de Lectura y hacemos muchas presentaciones de libros. Es una de las maneras de vender también».

María José reconoce esa magia al encontrarse con verdaderas joyas hechas libros, como pasó con un ejemplar muy especial que le regaló un amigo suyo que viaja mucho a Cuba: «Tengo un Cien años de soledad en una edición cubana ilustrada firmada por García Márquez». O cuando Miguel, buceando con su padre entre lo que él llama «el cementerio de libros del abuelo» encontró un libro curioso, llamativo, con el que sintió la premonición de que, por especial, lo venderían enseguida: «Se llamaba Toro El Bravo ha viajado al planeta Esfera. Mi padre dijo: “Qué cosas tienes”. No sé por qué tuve una corazonada y fue meterlo en el ordenador, actualizar la base de datos y a los dos días llegó el pedido. Me pareció supersurrealista». También recuerda con asombro el día en el que unos bibliófilos entraron en la librería y midieron el grosor de un ejemplar que tenía de El Quijote. La sorpresa, esta vez, se la llevó él: «Me dijeron que se hicieron cinco ejemplares en papel de arroz para el autor y para el círculo de amigos más íntimos. Yo no tenía ni idea».

Entre todas las historias que les rodean puede que la suya, la de los libreros, sea la menos escuchada, la más desconocida. Se mantienen en pie en una guerra de desgaste en la que muchos compañeros ya han caído, aunque no sin luchar hasta el final. Porque, sí, la del libro es una lucha y, como dice Soledad: «Lo importante es que siga habiendo librerías físicas, que no desaparezcan porque si no sí que es una batalla perdida. La gente va a empezar a parar porque el estrés nos va a comer. Hay que empezar a frenar un poquito, empezar a vivir y no solo hacer lo urgente, sino lo que te haga sentir, lo que te haga vivir; si no ¿qué te llevas de esta vida?».

Hay que recordar, para nunca olvidar, que la tecnología puede hacernos la vida mucho más fácil, pero las cosas con alma siempre la harán más bonita. Por eso, golpéate el corazón —como Diane en la novela de Nothomb— sin dejar que lo golpeen otros, pues solo así encontraremos nuestro camino, volveremos a la esencia de lo humano, a lo personal, a mirarnos a los ojos, a levantar la vista de la pantalla y disfrutar de todo aquello que nos rodea y nos hace sentir vivos. Golpéate el corazón, ve a una librería y descubre su magia.

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6 comentarios en “La resistencia de lo personal”

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