Recuerdo perfectamente aquel día. Llegué a casa a la hora de comer tras acabar las clases y me planté frente a mis padres para, sin titubeos, contarles que había tomado una decisión: convertirme en periodista, dedicarme a escribir, contar historias. Que aquello que les había dicho hace tiempo de estudiar biología marina y explorar los mares no era lo mío, que no, que había empezado a leer los clásicos y a escribir artículos en las clases de lengua y literatura y la decisión estaba tomada. Primer gran giro.

Tras sobrellevar la sorpresa inicial, el resto de los años de instituto hasta el inicio de la universidad continuaron en la misma línea, la de la pasión por comunicar. Me buscaba, como sigo haciendo aún hoy, en cada libro y dejaba un trocito de mi en cada escrito. Siempre con pasión. Fue en ese punto del camino donde la filosofía y el arte aparecieron, de la mano de dos grandes maestros, para descubrir mi admiración por la creación, la belleza, el pensamiento, la introspección y la reflexión de todo aquello que nos rodea, que nos toca, que nos construye. Entonces, decidí que no renunciaría a todo ello, complementaría la comunicación con el estudio de estas dos disciplinas, estudiaría Periodismo y Humanidades en la universidad Carlos III de Madrid. Y así fue. Segundo gran giro.

Los años de universidad sirvieron, por encima de lo académico y profesional, para crecer personalmente gracias al estudio, a la lectura, al descubrimiento, a la reflexión, a la crítica. En definitiva, la carrera había hecho más por mi en lo personal que por cualquiera de las otras facetas. Mi forma de mirar el mundo, de acercarme a él y de pensarlo no era la misma que la de aquella adolescente que quería convertirse en periodista. Me había hecho adulta. Tercer gran giro.

Una idea resonaba por dentro aquel último año en el que me despedía de una etapa maravillosa, la idea de que todas las personas tienen una historia que contar, pero no siempre tienen un lugar para hacerlo. Yo quería descubrir esas historias y contarlas, sin tener que esperar a que alguien me cediera un espacio para ello. Fue así cómo nació Raíces. Nació como un rincón propio donde poder dejar mi huella y un lugar especial donde recoger algunas de las historias que he ido descubriendo a lo largo de estos años y otras nuevas que están aún por descubrir.

Y, ¿por qué llamarlo Raíces? Pues porque Raíces son mis orígenes, de donde vengo, Cantabria; Raíces son mis padres, las personas más importantes de mi vida; Raíces es mi familia; Raíces es el cobijo al que recurro para conectar conmigo; Raíces es lo que arraiga en la tierra; Raíces es el comienzo de algo, de un proyecto, el mío; pero, sobre todo, Raíces es mi espacio de más absoluta libertad.

Recuerdo perfectamente aquel día. Llegué a casa a la hora de comer tras acabar las clases y me planté frente a mis padres para, sin titubeos, contarles que había tomado una decisión: convertirme en periodista, dedicarme a escribir, contar historias. Que aquello que les había dicho hace tiempo de estudiar biología marina y explorar los mares no era lo mío, que no, que había empezado a leer los clásicos y a escribir artículos en las clases de lengua y literatura y la decisión estaba tomada. Primer gran giro.

Tras sobrellevar la sorpresa inicial, el resto de los años de instituto hasta el inicio de la universidad continuaron en la misma línea, la de la pasión por comunicar. Me buscaba, como sigo haciendo aún hoy, en cada libro y dejaba un trocito de mi en cada escrito. Siempre con pasión. Fue en ese punto del camino donde la filosofía y el arte aparecieron, de la mano de dos grandes maestros, para descubrir mi admiración por la creación, la belleza, el pensamiento, la introspección y la reflexión de todo aquello que nos rodea, que nos toca, que nos construye. Entonces, decidí que no renunciaría a todo ello, complementaría la comunicación con el estudio de estas dos disciplinas, estudiaría Periodismo y Humanidades en la universidad Carlos III de Madrid. Y así fue. Segundo gran giro.

Los años de universidad sirvieron, por encima de lo académico y profesional, para crecer personalmente gracias al estudio, a la lectura, al descubrimiento, a la reflexión, a la crítica. En definitiva, la carrera había hecho más por mi en lo personal que por cualquiera de las otras facetas. Mi forma de mirar el mundo, de acercarme a él y de pensarlo no era la misma que la de aquella adolescente que quería convertirse en periodista. Me había hecho adulta. Tercer gran giro.

Una idea resonaba por dentro aquel último año en el que me despedía de una etapa maravillosa, la idea de que todas las personas tienen una historia que contar, pero no siempre tienen un lugar para hacerlo. Yo quería descubrir esas historias y contarlas, sin tener que esperar a que alguien me cediera un espacio para ello. Fue así cómo nació Raíces. Nació como un rincón propio donde poder dejar mi huella y un lugar especial donde recoger algunas de las historias que he ido descubriendo a lo largo de estos años y otras nuevas que están aún por descubrir.

Y, ¿por qué llamarlo Raíces? Pues porque Raíces son mis orígenes, de donde vengo, Cantabria; Raíces son mis padres, las personas más importantes de mi vida; Raíces es mi familia; Raíces es el cobijo al que recurro para conectar conmigo; Raíces es lo que arraiga en la tierra; Raíces es el comienzo de algo, de un proyecto, el mío; pero, sobre todo, Raíces es mi espacio de más absoluta libertad.